jueves, 28 de mayo de 2009

FORMACIÓN DE PAREJA

La familia es una unidad con características propias y pasa por un ciclo vital abarcando las siguientes seis fases:

El desprendimiento
El encuentro
Los hijos
La adolescencia
El reencuentro
Soledad y muerte

En cada una de estas fases, el núcleo familiar sufre modificaciones y debe adaptarse a ellas.

Cada uno de nosotros puede pertenecer a dos distintas familias: la familia de origen, y la familia que formamos con nuestra pareja e hijos. Cada una de ellas habría de pasar por las seis etapas mencionadas. Hay tantas y tantas cosas que influyen en el ciclo vital de una familia. Por ejemplo ¿por qué elegimos como pareja a determinada persona?, ¿por qué a veces nos cuesta tanto trabajo desprendernos de nuestra familia de origen?, ¿qué reactiva en nosotros la adolescencia de nuestros hijos?, cuando los hijos empiezan a formar sus propias familias, ¿cómo impacta esto en los padres que poco a poco van quedándose solos?

EL DESPRENDIMIENTO
El lento proceso de desarrollo del individuo, que se encuentra primeramente en una situación de dependencia y aprendizaje, llega a su término cuando éste alcanza su identidad, adquiere la capacidad de vivir íntimamente con una persona del sexo opuesto y piensa en la formación de una familia. En el mejor de los casos, este individuo debería de haber alcanzado la maduración física y cabe esperar que está suficientemente bien integrado y emocionalmente maduro para utilizar las oportunidades que se presentan y aceptar las responsabilidades correspondientes.
No se puede fijar con exactitud cuando deberían de aparecer estos eventos en la vida de una persona, lo que si debería de haber alcanzado a estas alturas es cierto desarrollo ocupacional y/o profesional, estabilidad económica y lo más importante, independencia emocional de su familia de origen. Dice un refrán, “El casado casa quiere”, pero esto en muchas ocasiones no es suficiente, y aunque haya distancia de por medio, en muchos casos el desprendimiento no se da.
Desde la adolescencia se empieza la búsqueda de una pareja, pero en estos momentos, el o ella, se encuentran en una situación sumamente contradictoria, ya que por un lado sigue siendo aún dependiente de sus padres, tanto en lo económico, como en lo emocional, pero por otro lado busca a toda costa hacer valer su incipiente independencia.

Se necesita de este primer paso del desprendimiento para que el ciclo vital de la futura familia vaya por buen camino. Este proceso no es nada sencillo para ninguno de los integrantes de la pareja, primero por el dolor y la nostalgia que provoca toda despedida, y segundo, por la incertidumbre que nos depara lo desconocido, y la falta de confianza en que la decisión respecto a la elección de una pareja haya sido la correcta. Incluso muchos jóvenes eternizan sus noviazgos, o no encuentran la estabilidad con ninguna persona, razón por la cual constantemente cambian de pareja
Es muy común que en el momento que se está dando esta separación respecto a la familia natal, los esposos creen grandes expectativas respecto al otro, y sin darse cuenta van adjudicando al compañero un sin fin de cualidades, muchas de ellas idealizadas, magnificadas. Esta idealización tiene que aparecer, pues es una fuente de fuerza para separarse de los padres, pero sucede en muchos casos que esta idealización se rompe bruscamente, dando paso a la desilusión y al desengaño.
Hay muchas parejas jóvenes que fallan en su matrimonio, creyendo que no hubo entendimiento con el otro, cuando en realidad lo que sucede es que esto solo es resultado de que no logran resolver la previa y prolongada relación con los progenitores. Algunos hacen uso del chantaje, otros de crear culpa en el hijo que trata de desprenderse, otros más no respetan los límites de la nueva familia y se entrometen, en muchas ocasiones con las mejores de las intenciones. Esto por el lado de la familia. Por el lado de ellos como pareja, se va estableciendo un contrato matrimonial, las más de las veces que no se estipula claramente, sino a través de sobreentendidos; la comunicación se distorsiona o se bloquea; los proyectos no coinciden o se dejan corroer por la monotonía.
Pero cuando se logra superar este etapa de desprendimiento, el y ella están en posibilidades de lograr pasar al verdadero encuentro.
EL ENCUENTRO

Aún cuando “el encuentro físico” entre dos personas se da con anterioridad al “encuentro emocional” entre las mismas, no es sino hasta que se da este último cuando verdaderamente empieza la pareja. Cuantas familias no conocemos que tienen muchos años de matrimonio, pero no se han “encontrado” realmente.

Podríamos decir que ambos necesitan adaptarse al matrimonio: adaptarse a la personalidad del otro para facilitar la interrelación; adaptarse a los roles que cada uno habrá de desempeñar; adaptar sus antiguos patrones de conducta familiar, aprendidos en sus respectivas familias de origen, a la nueva relación de pareja; y por último, conseguir una unión sexual que satisfaga las necesidades eróticas de ambos.

Aprender el rol de cónyuge no es de ninguna manera una tarea sencilla. Requiere de ambos el deseo de renunciar a las ganancias emocionales que proporcionaba el ser hijo, o el ser solo pretendiente, para convertirse cada quien en el pilar de una nueva familia, por cierto, papel totalmente nuevo para ambos; ser esposo o esposa por primera vez, es una situación desconocida de la cual no sabemos nada. La verdad es que sintonizarse emocionalmente con un desconocido requiere de un gran valor y de una gran capacidad para limitar las propias necesidades en beneficio de una relación que empieza.

Esta es una etapa de ajustes y reacomodos, de planes y de realizaciones, de altibajos emocionales, depende de que tan bien se de este “encuentro”, la facilidad o dificultad con que se vivirán las siguientes etapas y muchas son las parejas que no son capaces de alcanzar los mínimos logros necesarios de esta etapa, y que ven precipitada la “muerte” de su incipiente familia acabando en un divorcio, una separación, o en un “divorcio emocional”, entendiendo por esto último, la vida de pareja, inclusive por muchos años, pero sin un proyecto en común que gratifique y satisfaga a ambos, que permita cada vez una mejor unión, y que no caiga en la rutina y la monotonía.

Por el contrario, si el encuentro se da favorablemente, podrá esperarse con gran satisfacción e ilusión la llegada de los hijos.

LOS HIJOS

Cuando en una pareja se ha dado el encuentro, ya han tenido el tiempo suficiente para irse adaptando el uno al otro, han hecho planes en conjunto para afrontar el futuro, ya han disfrutado plenamente de su intimidad, han logrado conseguir cierta estabilidad económica y emocional, y ahora se preparan para la llegada de los hijos.
La llegada de un niño requiere de espacio físico y emocional en la recién formada familia. Se requerirá del apoyo mutuo para no perder el anclaje emocional entre ambos a pesar de la aparición de cada nuevo miembro.
Deberá contarse con la seguridad de que existan consideración y cuidados para la nueva madre y su bebé, dado que esta nueva relación, echará a andar un sin fin de nuevas funciones y operaciones al interior de la familia, y una gran cantidad del tiempo, preocupación y cuidados de la antes esposa y ahora madre, estarán destinados al recién nacido. Todo lo hasta entonces vivido sufrirá cambios, desde la economía familiar hasta las relaciones sexuales, pasando por el tiempo dedicado al ocio y al entretenimiento, la convivencia con las respectivas familias de origen y los amigos, el sueño y el descanso y etc.
Desde el mismo momento de su embarazo la futura madre comienza espontáneamente a formar un nido emocional para su niño, por lo que gradualmente se va sustrayendo del intenso mundo exterior, y forma internamente imágenes, pensamientos, deseos y planes para el futuro desarrollo de su hijo, situación que debería de ser compartida y apoyada por el hombre. Ella requiere de alguien que la apoye, la ayude y en cierta forma la proteja a fin de conseguir que este nido emocional se siga desarrollando satisfactoriamente, situación que se requiere hasta el momento del nacimiento y aún varios meses después.
Todos hemos escuchado esta frase “no existe una escuela en donde nos enseñen a ser padres” y hasta cierto punto es cierta, pero hay un lugar donde aprendemos muchas de nuestras funciones paternas, donde aprendemos a dar amor o a llamar la atención a gritos; a ser tolerantes o a desesperarnos con facilidad; a compartir las responsabilidades o a ser egoístas, y ese lugar es nuestra propia familia.
Es necesario la mayor parte de las veces aprender el rol de madre al igual que el de padre, y para esto es indispensable la ayuda y el apoyo del compañero, al grado de que inclusive sea posible intercambiar roles cuando sea preciso.
Convendrá que cada quién pueda mantener la capacidad de expresar su individualidad y su identidad, por un lado, pero conviviendo con la capacidad de compartir y verse como un todo. Es relativamente muy fácil caer en el problema de utilizar al niño, ya sea para agredir a la pareja, o en espera de ver realizados en nuestro hijo nuestros propios sueños, sin haberle preguntado si eran los de él.
La situación se complica, en mayor o en menor medida, cuando la llegada es a causa de un embarazo no deseado o no planeado, o cuando no se ha podido acoplar cada miembro de la pareja al otro, o cuando no se ha logrado la estabilidad laboral, económica, social o emocional que se requiere. Tanto en estos casos como en la situación ideal, la llegada de los hijos impone a la pareja un reto: la posibilidad de enfrentar un cambio en sus vidas y sacar a flote su capacidad de adaptación, de sortear la crisis y superarla, o de no soportar la presión y renunciar, ya sea totalmente a través de la separación o del divorcio, o parcialmente a través del distanciamiento emocional, la evasión, la infidelidad y tantas y tantas cosas que pueden minar el desarrollo de la incipiente familia.
Después de que los hijos han llegado la pareja tendrá que ocuparse del crecimiento físico y emocional de estos, de su socialización, de inculcarles valores éticos y morales y de auspiciar su desarrollo afectivo, todo esto en un clima de “relativa calma”, hasta que se presenta la nueva gran crisis en la familia.
LA ADOLESCENCIA
Período satanizado y temido. El hijo o hija, iniciarán este período cuando lleguen a la pubertad, esa parte de la adolescencia que se caracteriza por todos aquellos cambios hormonales y físicos que habrán de modificar ese cuerpo, hasta ese momento infantil, en un cuerpo adulto, con todas las capacidades que este mismo tiene, incluida la reproducción. Todos estos cambios son vividos por el adolescente en una forma ambivalente, por un lado con temor e incertidumbre y por el otro con esperanza e ilusión. Su cuerpo cambia vertiginosa e irregularmente; sus gustos, sus estados de ánimo, sus sentimientos.
Dentro de los cambios como los cambios en la voz, la aparición de vello axilar, púbico y además facial en el caso del hombre; el ensanchamiento de las caderas y el crecimiento del busto en la mujer, además de un evento de primordial importancia para cada uno de los sexos, la Menarca, o primera menstruación de la adolescente, y la primera eyaculación o polución en el caso del adolescente.
Una familia con uno o varios hijos adolescentes se enfrenta al grave problema de permitir independencia, sin que se caiga en el libertinaje; de propiciar la comunicación, sin ser entrometido; de establecer reglas, sin caer en la rigidez; de permitir la experimentación sin poner en peligro la integridad.

La llegada de los hijos a la adolescencia reactiva sin que nos demos cuenta nuestra propia adolescencia
Él está en busca de una identidad en todos los terrenos: una identidad sexual, una identidad vocacional, y por ende laboral, una identidad política, una espiritual o religiosa, otra social. De ahí sus intentos por experimentar y de probar, de intentar y equivocarse, aunado a ello la gran omnipotencia y narcisismo que acompaña a este período los puede hacer fácil presa de muchos peligros.
Esta adolescencia también nos pone ante la evidencia de que nuestros hijos están creciendo, que muy pronto serán adultos y de que próximamente partirán para formar su propia familia.
EL REENCUENTRO
Poco a poco los hijos adolescentes van creciendo, y junto con ellos va creciendo también la necesidad de ser independientes, de ser autosuficientes, de empezar su propio desprendimiento, así como los padres lo fueron haciendo con su propia familia. El ciclo vital de la familia toma dos caminos: por un lado el joven adulto que inicia su propio ciclo, que comienza con la búsqueda de una pareja, para ir transitando poco a poco por cada una de las etapas. Esta fase coincide además con la declinación física y con una serie de cambios sociales y familiares, como:
• La necesidad de admitir y hacer lugar a nuevos miembros (cónyuges de sus hijos) en la familia.
• El nacimiento de los nietos.
• La muerte de la generación anterior (padres, tíos).
• La jubilación.
• La declinación en la capacidad física, que va acompañada casi siempre de quejas en uno mismo y en el compañero, así como de la aparición de las enfermedades.
• El conflicto con las nuevas generaciones.
• El problema económico de los hijos que inician una nueva familia.
• La necesidad de explorar nuevos caminos y horizontes...
• La necesidad de independizarse de hijos y nietos para otra vez formar una pareja.
Este período guarda grandes similitudes, con el del encuentro, sobre todo en lo que se refiere a la adaptación, pues la pareja se ha acostumbrado tanto a su rol paterno (“sacar adelante a los hijos”), que ha dejado en un segundo plano su relación conyugal. De hecho, las características con que se vivirá este “re-encuentro” dependerá de como se haya dado el “encuentro” en el inicio de la formación de la familia. Los hijos empiezan a hacer su vida independiente, es posible que se abra aún más la distancia tanto física como afectiva que ha separado a la pareja.
Por el contrario, si aquel primer encuentro se dio sobre bases saludables y realistas, tratando de satisfacer equitativamente las necesidades de ambos; si existió la comunicación suficiente; si se tuvo la flexibilidad para irse adaptando a los cambios que imponía cada una de las etapas por las que iba atravesando el ciclo vital de su familia; si se ve la partida de los hijos como la satisfacción de una misión cumplida, más que como abandono, entonces es posible que la pareja se reencuentro, la declinación de las capacidades físicas de ambos, los “achaques” propios de la edad, el mayor tiempo de convivencia que van atener a partir de la jubilación y la partida de muchos seres queridos.
Todo esto no quiere decir que el reencuentro signifique separarse y olvidarse de los hijos y de los nietos, es apoyarse mutuamente, pero con respeto y con límites. Es en otoño cuando se cosecha el fruto, y los colores son brillantes, pero suaves”, por lo mismo, para cosechar, habrá primero que sembrar, la pregunta obligada aquí es: ¿Cómo estamos nosotros sembrando?

LA SOLEDAD Y MUERTE
Así como a todo organismo le toca llegar a su plenitud, la familia que en un determinado momento se formó, poco a poco le llega también el momento de su declinación y de su muerte. Los hijos uno a uno han ido formando sus propias familias y los ahora abuelos pueden verse como una gran ayuda o como un gran estorbo.
Se considera, de una manera arbitraria, que la vejez empieza hacia los sesenta y cinco años, edad de retiro para la mayoría de los hombres. La jubilación puede significar una bien merecida cesación del trabajo que permite al individuo disfrutar de los años de declinación o puede significar simplemente ser descartado del trabajo porque se considera al individuo como inútil para la producción y para la sociedad. La diferencia estriba principalmente en que la resolución haya sido activa, “me retiro”, o haya sido pasiva y se tome como “me retiran”.

En muchos de los problemas propios de las personas de edad está implicada esta dicotomía entre un período de la vida dignificado, libre de preocupaciones y prisas, y una supervivencia hueca, en la que el sujeto se siente como un estorbo, una carga sin utilidad. Los problemas que aparecen con el retiro, al encararse con el final de la vida y la aparición de afecciones físicas y mentales, se combinan con lo poco que hace la sociedad para con las personas de edad, agravando aún más las dificultades que experimentan las personas de la tercera edad. Se ha hablado mucho en favor de los ancianos y hasta se han inventados eufemismos como los de “personas mayores” y “edad de oro”, pero lo cierto es que, apenas si se empieza ahora a hacer posible, para una pequeña minoría de personas, vivir estos penúltimos años de la vida con un mínimo de seguridad, independencia y dignidad.

El viejo está tan vivo como cualquiera y siente y se entristece por el acerbo rechazo del que es víctima. Es mucho más fácil criticar o tratar de corregir a un viejo que aceptarlo como parte de uno mismo, una parte desconocida pero cierta. Una familia sin viejos es una familia sin complemento histórico, una familia mutilada.

En todos nosotros, en mayor o en menor grado, existe el temor de llegar a viejos, casi tan fuete como el temor de no vivir lo suficiente para llegar a serlo.

Pocos son en realidad quienes aprecian las arduas batallas de los viejos para adaptarse a la pérdida y retos de la edad presente; la búsqueda de una nueva identidad, de una compañía que produzca placer, así como de una experiencia significativa y genuina.

Uno de los problemas que frecuentemente se encuentra es aquél de dos esposos ya viejos, cuando el es jubilado y regresa a su casa, esta vez regresa para siempre, e invade los terrenos que antes sólo fueron el dominio de su esposa. Parece imposible, para el que desconoce esta etapa, que este simple hecho represente una situación amenazante a la individualidad y a la diferenciación de ambos. Esta situación sólo puede ser aliviada mediante el límite claro de los espacios en donde cada quien pueda funcionar independientemente. De lo contrario existe el peligro que se lleguen a perder la estima y el respeto y aparezcan la ansiedad, la tensión y los estados depresivos.

Otra problemática que se presenta en las parejas de viejos, es aquella en la que los mismos hijos no les permiten una intimidad adecuada. Frecuentemente se establece una sobreprotección de hijos a padres en donde no se les permite vivir en libertad. Bajo pretexto de cuidarlos, se cuelgan de ellos, imponiéndoles cargas emocionales muy fuertes. El viejo así muchas veces se siente aprisionado y puede desarrollar estados depresivos.

Cada vez está más cercano el tema de la muerte. La muerte forma parte del ciclo de la vida; es el inevitable resultado de la vida que cierra la historia de una vida. Y como el hombre sabe ya desde niño que acabará muriendo, la muerte influye profundamente en su desarrollo y en su forma de vida.

La actitud de una persona frente a la muerte se modifica generalmente con la edad. Para el anciano, la muerte se convierte en familiar. Adquiere gran experiencia en cuestión de fallecimientos; sabe que también le llegará a él e incluso la espera. Tener un compañero, un esposo, hasta el final, tal vez sea una de las formas en que el trágico y complejo asunto del vivir encuentre, sino la razón y la lógica, por lo menos la esperanza.

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