jueves, 28 de mayo de 2009

ALMA DE LAS MASAS

INTRODUCCIÓN

En estas líneas se puede señalar que estos misterios divinos se manifiestan en forma de revelaciones extraordinaria, aunque sólo aquellos que poseen un don particular y sin que intervenga la voluntad. De esta manera, no es posible conocer dichas manifestaciones en forma objetiva, razón por la cual hay que apelar a los testimonios de los místicos para tratar de entender esos fenómenos.
Los párrafos mencionados está caracterizado por un mínimo de exigencias espirituales y constituye en la mayoría de los casos, una normativa de reglas relativas a las costumbres y a los ritos de determinada religión.
El misticismo, o sea la forma superior de la religiosidad. En la etapa mística, el sujeto no se limita a las prácticas de ascetismo, sino que supera aquella fase (que sólo incluye la abstención del pecado) y busca la perfección por amor a la divinidad.
Lo más sobresaliente del estado místico son las siguientes: inefabilidad, intuición, inestabilidad y pasividad. Estas características, las principales del estado de posesión mística. Los místicos han señalado que sus experiencias son imposibles
de expresar. Por lo tanto estas manifestaciones de dios no llegan a través de un trabajo de la razón, sino por una repentina revelación intuitiva.
En época reciente algunos antropólogos mantienen que el totemismo australiano, merced a los tabúes que prohíben matar y comerse a los propios tótems, ha actuado como un elemento de conservación y ha contribuido a que la gente se adapte a su entorno natural. Esta interpretación concibe el totemismo como impulsor del desarrollo y la supervivencia de aquellas sociedades donde floreció.

Durkheim (1858-1917) argumenta que a partir de la prevalencia de lo social sobre lo individual y sostiene que el pensamiento místico tuvo su origen histórico primitivo en una fase casi «mecánica», para convertirse más tarde en una fase de la «solidaridad orgánica» de la sociedad misma. En concreto el pensamiento místico nace en las reuniones del clan totémico. Los miembros del clan vivían aparte. Cuando se reunían, el vivo contacto mutuo creaba un extraordinario sentimiento de energía y poder. Se sentían infundidos, elevados, omnipotentes. Percibiendo que individualmente carecían de este poder, lo atribuyeron no a sí mismos en colectividad, sino al hecho de ser poseídos por algo externo. Se aferraban al emblema totémico, que sabían era un símbolo de su totem, y al que sin embargo consideraban como objeto de culto. El totem como dios del clan «puede por tanto no ser otra cosa que el clan mismo, personificado y representado para la imaginación bajo la forma visible del animal o vegetal que sirve de totem». Puesto que el poder sobrenatural que atribuían al emblema totémico era de hecho su propio poder colectivo, el verdadero origen de lo místico era su experiencia de sí mismos. Con otras palabras: el totem es el protagonista del pensar y del sentir del grupo de hombres primitivos reunidos en un clan; el totem es el representante «místico» de la colectividad y depositario de la «sustancia sobrenatural» del grupo. La comunicación y la participación en esa fuerza
La representación colectiva» y de la «participación» mística que supone una solidaridad entre entidades distintas (el totem y el individuo) pero que participan íntimamente de la esencia y la personalidad el uno del otro.
El hombre primitivo va unido al sentimiento y experiencia (a veces «mística» y unida a una emoción especial) de la presencia y la acción de potencia o potencias invisibles, y al sentimiento de un posible contacto con esa potencia(s), cuya realidad era muy distinta de lo que percibía en el entorno el que se movía. Esta experiencia acompaña al hombre primitivo desde el nacimiento hasta la muerte y entiende que de algún modo puede
Sigmund Freud (Totem y tabú, 1913 coincide en que el origen de la religión comienza con el totemismo, discrepa radicalmente con Tylor y con Durkheim. Desde el punto de vista de Freud las creencias y prácticas religiosas tienen su origen en una profunda represión psicológica. Básicamente son ilusiones, proyecciones simbólicas, basadas en deseos. La teoría de Freud se fundamenta en una visión hedonista de la naturaleza humana; el propósito de la vida es potenciar el placer y evitar el dolor.
Para Freud la religión surgió como respuesta a la culpabilidad que los hijos primitivos sintieron por haber matado a sus padres, quienes les habían impedido el acceso sexual a las mujeres de la horda original. Como Tylor y Frazer, Freud proporciona un porqué y también un cómo del origen: la religión surge para satisfacer la necesidad de mitigar la culpabilidad motivada por acciones edípicas. El origen de la religión, según Freud, es una acto específico. elabora un relato en el que los machos jóvenes se reúnen para aparearse con las hembras guardadas por el macho más viejo, el más poderoso. Para lograr eso lo matan. Como sienten remordimiento y culpabilidad, hacen entonces un pacto para no volver a matar y crean una fiesta conmemorativa con el cadáver como comida. Este hecho localiza el origen de la cultura y la religión, el origen de los sistemas de parentesco, el totemismo y el tabú del incesto. Se postularon totems y después dioses para permitir a los hijos aliviar su culpabilidad obedeciendo a sus padres, ahora deificados, en cuya obediencia antes habían fallado.
Freud este hecho está basado en experiencias psicológicas individuales y en la satisfacción de los instintos individuales, que se repiten en otros sujetos del clan. En el fondo Freud no puede calificarse como sostenedor de un origen puramente sociológico claro de la religión, sino como impulsor de una teoría individualista.
Freud nunca duda que el origen de la cultura y de la religión debe tener algo similar a la violencia incestuosa como causa (el comienzo del complejo de Edipo).
El totemismo supone la existencia de una comunidad invisible entre una especie, normalmente animal, y un grupo humano. La adoración del totem (que sublima las cualidades del grupo o clan humano) y los sacrificios del animal totémico para consumir su carne y unirse con la fuerza supranatural que está detrás, es el origen de todas las religiones.
En la vida de una comunidad dada cada elemento de la cultura desempeña un papel o tiene una función específica. La función de un ritual o ceremonial es expresar y de ese modo conservar sentimientos que son necesarios para la cohesión social.
Durante décadas los estudiosos se han declarado a favor de este planteamiento para el estudio de la religión, ya que parece ser empíricamente comprobable. Ahora bien, como resulta evidente, este método de aproximación a la religión prescinde del estudio de sus orígenes.
Como es fácilmente perceptible, el funcionalismo es, en el aspecto teórico que a nosotros concierne, sobre todo fundamentalmente descriptivo: proporciona el contenido o el material para el entendimiento e interpretación de las religiones. Es un elenco y descripción de las creencias, prácticas, arte y drama religiosos de una religión dada así como de sus interrelaciones con la economía, política, ética y geografía. Para nada habla de su origen y, si se me aprieta, del significado profundo de la religión que describe.
El funcionalismo tiene éxito sobre todo en los estudios antropológicos sobre sociedades no alfabetizadas en las que faltan fuentes escritas para el estudio de la religión a lo largo de la historia.


CONCLUSIÓN

El objeto mismo ha despertado un vivo interés, se debe reconocer la importancia del totemismo para la historia de la humanidad primitiva. Se han encontrado determinadas huellas y supervivencia difíciles de interpretar, permiten suponer que el totemismo existió igualmente en los pueblos arios y semitas primitivos de Europa y de Asia.

De este modo nos hace suponer que hay pueblos que presentan todavía actualmente el totemismo.

Todo esto, hace muy difícil determinar lo que en la situación actual constituye la fiel imagen de un pasado vivo y lo que por el contrario no es sino una deformación secundaria.


BIBLIOGRAFÍA

EL CATOBLEPAS.- Revista crítica del presente. Diciembre 2003. www.nodulo.org.
S. FREUD. TOTEM Y TABU

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